Una noche como cualquier otra (Libre)

Madrugada de un viernes. La mayoría del universo adolescente de Lima, Ohio (hogar, dulce hogar, pensé con cierto dejo de amargura irónica), ya se habían trasladado a la discoteca de moda a transpirar todo el alcohol que yo misma recordaba haber servido.

Siempre era igual. El bar se llenaba de jóvenes en busca de vida noctura, estos completaban la clásica "previa": cinco o seis tragos, alguna pelea de borrachos, algunos llantos insoportables, y algo más. Y después, todos se iban. Para las tres de la mañana, la clientela del anochecer se había esfumado casi en su totalidad, dando paso a la clientela de trasnoche, muchísimo más oscura. Algunos chicos atrapados, adultos escapándose de sus vidas aburridas, y, en general, gente en busca de un patético olvido.

Miré al techo, y suspiré. Mis ojos se desviaron histéricamente a la guitarra, apoyada contra la barra desde el lado de adentro, haciéndole compañía a un par de botellas rotas, y a mucha mugre, y decidí sabiamente encender un cigarrillo. Después de dar un par de pitadas, y lograr tranquilizarme (aunque no pude dejar de notar que un porro sería bastante mejor), le serví un trago con tres cuartos de vodka a una figura lamentable sin ningun comentario. No se hacen muchas preguntas a la clientela de trasnoche (si no se quiere terminar escupiendo fluidos en un callejón).

Después, me senté sobre la misma barra, tomé la guitarra, y empecé a tocar acordes de quinta sin ningun orden, hasta que mis propias manos plantearon una melodía. Era Nirvana, claro. Debería haberlo sospechado desde el principio, ¿qué otra música podía servir de marco a ese grupo de personas?

-Where do bad folks go when they die, they don´t go to heaven where the angels fly. -canté en un tono bajo (mi voz, en ese momento, estaba bastante afectada por el alcohol y el cigarrillo), dejé la guitarra a un lado y salté de la barra para servir otro trago. Miré el reloj, dentro de una hora y media terminaba mi turno, exactamente a las cinco de la mañana, lo más probable era que fuera a la disco, y después donde hubiera más aglomeración de gente. No tenía por que dormir, de hecho, estaba bastante dura (había aspirado una línea antes de empezar el turno), así que tampoco podría. Me encogí de hombros ante mi misma y mi maldita intransigencia.